LA ÚLTIMA LIBERTAD: RELATO GANADOR DEL CERTAMEN "VILLA DE BAÑOS DE LA ENCINA"

Mi relato La última libertad se ha alzado con el primer premio del VII Certamen de Cuentos y Relatos que organiza el Ayuntamiento de Baños de la Encina. Doy las gracias al ayuntamiento de este precioso pueblo jienense por concederme este premio y por incentivar la creación literaria a través de la convocatoria de estos certámenes literarios.

La entrega de premios tuvo lugar en el Salón de Plenos del Ayuntamiento y fue un acto muy bonito, donde los ganadores y finalistas de las diferentes categorías literarias compartieron la lectura de sus obras con los familiares y demás asistentes del acto.
La idea principal que he querido plasmar en el relato es la libertad de decidir la actitud con la que afrontar los retos que nos propone la vida. Ya que no podemos cambiar el destino que se nos presenta en muchas ocasiones, sí podemos elegir la actitud para afrontarlo. Esa idea poderosa es la esencia del relato. Y, por ello, os invito a que leáis un extracto del mismo.

LA ÚLTIMA LIBERTAD

por Marta Isabel Rodríguez


El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que este conlleva, le da muchas oportunidades –incluso bajo las circunstancias más difíciles– para añadir a su vida un sentido más profundo.
Víktor E. Frankl


                                                                                  Viena, 14 de junio de 1945

            Querida Helena:
Hace tiempo que deseo escribirte esta carta, pero mi mente no encontraba el sosiego necesario para que brotasen las palabras y, cuando estas al fin acudían, no alcanzaban a describir el amargo vacío, la desolación, el pesado tormento de un alma herida. ¿Cómo expresarte las profundas cicatrices que llevo en mi cuerpo? Desde que me liberaron y regresé a casa, mi existencia ha sido convivir con la apatía, la desidia y, sobre todo, el miedo. Un miedo incesante a todo y a nada: los gritos o voces que escucho desde la calle me recuerdan las órdenes e insultos que los kapos escupían sobre mi rostro; el mero silbido de la tetera hirviendo me devuelve por un momento al tren rumbo a Auschwitz, y lo peor es cuando llega la noche, temo despertarme y descubrir que sigo preso en el campo.
            Aún no he recibido noticias tuyas ni de tu familia. He escrito a todas las direcciones que conozco donde pudieras estar: al centro de desplazados de Belsen, al hospital de Berlín, al de Cracovia. Te he buscado en los hospicios y casas de refugiados de toda Viena, sin encontrarte. Cada día acudo a la Organización judía para preguntar por ti. Allí buscan a los familiares de los desplazados y han conseguido reunirme con mi hermano Alfred, el único que ha sobrevivido de mi familia. Los demás, mis padres, mi hermana…, sobra que te explique qué ha pasado con ellos. No quiero imaginar los horrores que habrán sufrido. Al menos me queda el consuelo de saber que Dios los ha acogido en su seno y que ahora disfrutan del Paraíso ganado en su paso por la Tierra.
¡Oh, Helena, cuántas atrocidades he visto y soportado! No consigo borrar de mi cabeza el rostro de Moritz, compañero de pupitre en la infancia y convertido en kapo en el campo. No perdía la ocasión de propinar golpes e insultos a los que estábamos bajo su mando. ¿Cómo puede la guerra desfigurar el alma de un hombre hasta tornarlo en monstruo? Muchos de los kapos eran judíos, mejor tratados que al resto, pero que al final tampoco se libraban de las cámaras de gas o de otros tormentos. Aún resuenan en mi cuerpo las patadas que recibí por su parte al creer que estaba holgazaneando cuando solo me secaba el sudor tras cavar para las vías del tren. A cada golpe le seguía un insulto. Su rasposa voz iba acompañada de un arranque de tos que intentaba disimular. Mis conocimientos de medicina me indicaban que Moritz estaba enfermo y que su dolencia se agravaría en unas semanas. Cuando me recuperé de los golpes, no volví a verlo por el campo. He de confesarte que fue de los pocos alivios que tuve dentro de aquella pesadilla.
Espero que tú no hayas pasado por tanto tormento. Lo que me mantuvo con vida durante esos dos horribles años fue la esperanza de volver a verte, de creer que estabas viva; pensar en ti era mi alimento para soportar aquel infierno. ¡Cuántas veces soñé con regresar a casa y abrazar de nuevo a mi familia! Imaginaba que llamaba al timbre y que tú me recibías con una sonrisa. La realidad me mostró la imagen amarga de la desilusión y la incertidumbre. Pero en el fondo de mi corazón sé que estás viva, que aún lates en algún lugar perdido y que pronto encontrarás el camino de regreso a casa.
            ¡Ah, nuestra casa! En los años que hemos estado presos, la han desvalijado. Se han llevado las cortinas, el colchón de la cama y los cojines del salón. Por suerte he encontrado una manta vieja y con ella duermo sobre los muelles del sofá. Menos mal que la casa sigue en pie y no está ocupada por otras personas. Estas dos últimas semanas la he estado ordenando y limpiando. Necesitaba tener mi mente ocupada en algo. Por eso he decidido utilizar mi despacho como consulta para ayudar a los que han regresado. La mayoría sufre de desnutrición, aunque no dispongo de material médico o medicinas, el hecho de atenderles, de escucharles, les aporta algo de consuelo en este caos de posguerra.
            Ayer vino a verme Bertha, la mujer de Oswald, el anticuario. Se acordó de que yo antes ejercía de médico en el hospital y me habló de un dolor agudo que le oprime el costado izquierdo cada noche. Tras explorarla y examinarla, no encontré signos de enfermedad o dolencia alguna. Cuando se lo hice saber, Bertha me miró a los ojos en silencio y después, sin pronunciar palabra alguna, se marchó. No hizo falta que me describiera ese dolor: lo que vi en su mirada me lo dijo todo. Su marido y su hijo no han sobrevivido a la guerra; ese dolor que le oprime el pecho no se irá nunca de su lado.
No sé por qué te cuento esto cuando no hallarás consuelo en estas palabras, sino una historia triste tras otra. Siempre nos quedará una herida en el alma que nunca cicatrizará. Cuando llega la noche, sentado en la oscuridad del salón, me ronda la misma pregunta: ¿cómo hemos podido hacernos esto? Hemos perdido la dignidad, la conciencia, la compasión. Me horroriza la deshumanización a la que hemos llegado las personas. ¿Podremos perdonar algún día tanto daño?
A mí solo me queda rezar a Dios para que guíe tus pasos y encuentres el camino de regreso a casa. Espero volver a abrazarte pronto.
                                                                                   Siempre tuyo,
                                                                                   Franz.


Comentarios

  1. Hola. Felicidades, me ha encantado, es terrible ésta parte de nuestra historia y la huella que ha dejado en nuestra memoria reflejada en tantos libros, por terrible que haya sido, nunca deberíamos olvidarlo, ni dejar de escribir sobre ello. He seguido ésta temática a través de muchos libros, cómo "Dime quien soy" de Julia Navarro "Deja que te cuene una Historia " de Renata Calverley. "Los niños de la Guerra" de Yury Sonya Winterberg "La promesa de Gertruda" de Ram Oren "Treblinka" de Chil Rajchman éstos tres últimos escritos por supervivientes del holocausto. El cladico "Exodo" de León Uris....y tantos otros....Si no te los has leído, te los recomiendo. Éste tema me fascina y he leído bastante sobre ello, otro clásico "El Diario de Ana Frank""El Diario de Etty Hillesum""La pianista de Vsrdovia"....de Etty Hellesum también "El corazón pensante d3 los barracones Cartas" ...de Julia Navarro también "Dispara, yo ya estoy muerto"....bueno...Que éste tema me es especialmente sensible, y mi debilidad y temática de lectura favorita...también está "La ladrona de libros "....etc. Un beso y felicidades, compi .

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  2. "La pianista de Varsovia " es...una errata del corrector.

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  3. Celebro que te haya gustado el relato. Es solo una parte, la historia sigue. Más adelante la colgaré entera.
    Veo que te gusta mucho la temática de la Segunda Guerra Mundial. Yo solo leo libros o veo películas de esta temática cuando realmente me siento con ganas y me preparo para ello. Te recomiendo "El hombre en busca de sentido" de Víktor Frankl (del que tomo la cita). No es una novela, sino un ensayo sobre la supervivencia en un campo de concentración desde el punto de vista de un psiquiatra. El propio autor fue un superviviente de Auschwitz. Y un anime: "El cementerio de las luciérnagas", ubicado en el Japón de la Segunda Guerra Mundial.
    Un saludo y gracias por comentar.

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