LA ÚLTIMA LIBERTAD (FINAL)


Os comparto la última parte del relato. Espero que lo disfrutéis y que me dejéis vuestras impresiones en los comentarios.
Gracias por leer.



Viena, 11 de julio de 1945

Querida Helena:
Si hubiera sabido que mis cartas iban dirigidas a un fantasma, que ya no vivías incluso antes de que acabara la guerra, no sé qué hubiera hecho. Encontrarte era la llama que mantenía encendida mi esperanza. Cuando esta tarde leí la carta del centro judío en la que me informaban que no habías sobrevivido, un viento helado barrió de mi interior aquel minúsculo fuego.
            Ahora, ¿qué me queda? Si no estás tú, ¿a quién me une ya mi vida? Apenas me quedan fuerzas para seguir ejerciendo de médico. El apoyo de mi hermano no es suficiente. No sé si seré capaz de superar tanto dolor, si podré convivir con tantas heridas. ¿Cómo perdonar el daño y la atrocidad que nos hemos hecho? El rabino Samuel dice que necesitamos perdonar para seguir adelante, que perdonar no es olvidar, sino superar el dolor. “No ancles el sufrimiento a tu vida, Franz, libérate de esos terribles sentimientos”, me dice, pero me es imposible hacerlo si no comprendo el porqué de nuestro sufrimiento.
            Toda la tarde he estado sentado frente al escritorio con la carta abierta sobre la mesa, sin hacer nada, con la cabeza hundida entre mis manos, viendo cómo la luz del sol se apagaba para cubrir de sombras la habitación. Ni siquiera he encendido la lámpara. Las palabras del rabino resonaban en mi mente, aunque seguía sin hallar consuelo en ellas, sino más desolación y tristeza. Buscaba en mi interior alguna razón para continuar viviendo, alguna minúscula luz que me guiara a hacerlo, pero he olvidado cómo era levantarse con una ilusión cada día, cómo era sentirse feliz.
            Mis dedos jugaban con una llave pequeña que abría el tercer cajón del escritorio. La había guardado tras el marco de nuestra foto de boda, por eso nadie la había encontrado a pesar de los saqueos. En ese cajón escondía un revólver, nunca te lo había dicho. Lo guardaba para protegernos sin pensar que llegaría a utilizarlo algún día. En la penumbra del anochecer, abrí el cajón y tanteé en su interior hasta rozar la culata fría del revólver. Así el arma con la determinación de acabar con mi sufrimiento. En el momento de extraerla, rocé con mi mano otro objeto: algo metálico, alargado y fino, que llamó mi curiosidad. No sin cierto esfuerzo, mis dedos se deslizaron hacia ese otro objeto y al tacto me percaté de lo que era: la estilográfica que me regalaste por nuestro primer aniversario y que permanecía allí sin estrenar.
            El escozor de una lágrima me hizo cerrar los ojos con fuerza mientras una fugaz pregunta cruzó mi mente. ¿Qué escoger: el revólver o la pluma? No sé si fue cobardía, resignación o abatimiento lo que me impulsó en último instante a olvidar el arma, tomar la pluma y escribir esta carta que nunca leerás.
            Desconozco que será de mí en el futuro o cuántas ocasiones me planteará la vida en las que tendré que elegir entre el revólver o la pluma. Lo que sí sé es que los castaños de la avenida florecerán cada año, la noria volverá a dar vueltas y llenar de risas el parque, el mirlo se posará cada tarde en nuestra ventana y yo seguiré volviendo a casa, a escribir miles de cartas que las cenizas del tiempo sepultarán para quedar en el olvido. Espero que sepas perdonarme por tardar en reunirme contigo. Descansa en paz, Helena, y acuérdate de mí desde el Paraíso o donde quiera que estés.

                                                                           Eternamente tuyo, 
                                                                              Franz.




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